Los procesos de enseñanza y aprendizaje que se desarrollan en el aula se encuentran ligados a vínculos interconectados desde la relación cuidado-emocionalidad: “Aprender a conocer nuestras emociones, a cuidar de ellas y sentirnos bien es una fuente importante de conductas de cuidado y cariño con los demás” (Comins, 2009, p. 206). Si a esto se suma la claridad epistemológica y pedagógica de que “[n]o hay comprensión en una actitud emocionalmente neutral. El acto de comprender está siempre emocionalmente localizado (Heidegger, 1927, p. 407)” (Mortari, 2015, p. 190), se hace evidente la importancia de asumir al acto pedagógico como una praxis desde y sobre las emociones. Lo que implica a su vez concebir al aula como un espacio que adquiere la forma de territorio emocional y al docente como el participante en el que concurre un doble movimiento reflexivo: en primer lugar, el trabajo que hace sobre su propia emocionalidad y, en segundo, este como condición para la gestión del territorio emocional en el que se ubica y al que se refiere su acción pedagógica. Ahora bien, esta reflexividad se entiende ética, en tanto implica el cuidado de sí del docente, pero también estética, cuando se considera que sus vínculos emocionales con los estudiantes están mediados por elementos simbólicos y posibilidades creativas, experimentales incluso de expresión (The Care Collective, 2021).

Es en este sentido que resultaría necesario abordar esta relación, desde el punto de vista reflexivo y práctico, a partir de dos preguntas centrales: ¿Cómo podría una experimentación de corte ético-estético servir como espacio para visibilizar y configurar las prácticas reflexivas que los maestros despliegan sobre sí cuando ponen a prueba sus estrategias de gestión emocional en el aula? y ¿Cómo se configura al aula como territorio emocional que favorece y crea nuevas modalidades del proceso de enseñanza y aprendizaje a partir de experimentaciones con las prácticas reflexivas que se despliegan en la gestión emocional de los maestros y maestras?

Así las cosas y en el marco de la política educativa distrital, puede entenderse las razones por las cuales esta investigación se conecta con la pregunta sobre las dinámicas emocionales implicadas en los procesos de enseñanza-aprendizaje, como elemento clave en la transformación de prácticas pedagógicas en instituciones educativas de Bogotá.

Las distintas investigaciones realizadas por el IDEP en el presente cuatrienio, han posibilitado identificar algunas problemáticas en la cotidianidad escolar que ameritan un análisis que derive en propuestas de formación y acompañamiento educativo y pedagógico. Dentro de estas problemáticas se destacan: altos niveles de conflictividad entre los estudiantes que se han incrementado en el retorno pos pandemia; tensión emocional de los docentes que incide en su desempeño profesional; bajo nivel de reconocimiento de los procesos emocionales como un aspecto fundamental en el aula y en las interacciones pedagógicas, entre otros.

En este contexto, esta investigación sobre afectos y emociones orientada a maestros y maestras del sector público de Bogotá parte de una problematización que transita en el cuidado y la formación emocional y afectiva, lo que implica una apuesta por una escuela cuidadora que está convencida de la importancia de afirmar la vida de manera sensible, desde una formación afectiva-emocional que traspasa una perspectiva instrumental, para responder a una propuesta multidimensional crítica que articula elementos éticos, estéticos, políticos y espirituales.

En consecuencia, el objetivo central del proyecto es visibilizar los entramados afectivos que configuran al aula como territorio emocional que favorece y crea nuevas modalidades del proceso de enseñanza y aprendizaje a partir de una cartografía de las prácticas reflexivas que los maestros despliegan cuando ponen a prueba sus estrategias de gestión emocional en experimentaciones de corte ético-estético como estrategia formativa e investigativa.