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Se aproxima el fin de la guerra en Colombia.

Los negociadores del Estado colombiano y las FARC-EP en La Habana anunciaron que han llegado a un acuerdo para el cese bilateral y definitivo del fuego. Este 23 de Junio se ha ratificado ante el secretario general de la ONU, seis presidentes latinoamericanos y delegaciones de alto nivel de los países garantes, de Estados Unidos y de Europa. Este es un avance sustancial para la paz colombiana después de más de 3 años de negociaciones que conducirán a la reintegración a la vida civil de los integrantes de la guerrilla más vieja del mundo, que es también la más numerosa e influyente en Colombia.

Que se silencien los fusiles y cesen los combates y, lo que es más importante, que las partes se comprometan a no infligir más sufrimiento a las comunidades y a reparar a los millones de víctimas de este conflicto, abre un periodo de enorme trascendencia al crear un nuevo clima político en Colombia y una auspiciosa experiencia de reorganización democrática que plantea muchas expectativas para toda Latinoamérica.

Que las FARC- EP, que intentó durante 52 años acceder al poder por las armas, reclame hoy que "Basta ya de la violencia y de los delirios por ella" como dijo su máximo comandante, significa que renuncian plenamente a la guerra como medio y que se dedicarán a buscar la representación política de sus ideas por mecanismos pacíficos. Tales gestos y la decisión política del gobierno colombiano de apostarle a la salida negociada merecen pleno respaldo y una generosa acogida del pueblo colombiano y de los hermanos de América Latina.

No hay que olvidar que todos estos años de guerra han sido también tiempos de resistencia. Sin la presión de las comunidades, sin el hartazgo con la violencia de los armados, no se hubiera llegado a La Habana. Ahora viene el tiempo de la paz ciudadana, la ocasión para desplegar, sin la presión de los violentos, los proyectos de afirmación de la vida. El cese de fuegos entre los actores armados y la paz definitiva entre ellos no es sostenible sin la plena participación de las comunidades y de la sociedad toda que se decida a desarrollar procesos de transformación profunda a partir de sus potencias colectivas.

La Red iberoamericana de Estudios Sociales, que agrupa universidades y hace parte del mundo intelectual y académico de la región latinoamericana, entiende que tiene una responsabilidad social y que puede aportar de múltiples maneras a estos procesos. Declaramos nuestra intención y compromiso de contribuir desde nuestras capacidades y saberes a la implementación de los acuerdos y a las tareas que la sociedad colombiana asuma para convertir la oportunidad del pacto entre los armados en una paz civil, enraizada en los territorios.

En esa dirección, la academia debe continuar desarrollando la investigación que sustente la aplicación de las reformas a la ruralidad con la que se comprometieron los negociadores de La Habana; dar nuevas luces sobre el problema de la justicia restaurativa y transicional; proporcionar conocimientos para poner en juego la memoria de las víctimas; originar propuestas alternativas para implementar lo pactado sobre cultivos de uso ilícito y narcotráfico; repensar el asunto de la participación ciudadana y muchos otros elementos relacionados con los resultados de la negociación. Pero debe también asumir debates que no se desarrollaron en la Mesa, algunas de la mayor importancia como la de la paz urbana. ¿Cómo asumir la fase del post acuerdo en las grandes ciudades y en el conjunto de los centros urbanos del país? Igualmente, están dentro de los asuntos pendientes el desarrollo de un proceso de negociación con el Ejercito de Liberación Nacional ELN). Este punto se vuelve prioritario para culminar el ciclo de los acuerdos con los actores armados y crear las condiciones para una paz consolidada y duradera.

En fin, las universidades y centros académicos y de investigación tenemos unas particulares tareas propias de nuestro quehacer diario: Constituir nuestros campus en escenarios de trabajo por la paz, generar convocatoria activa a pensar un nuevo país, hacer converger nuestras acciones en un movimiento pedagógico en respaldo activo a los acuerdos y en formación de nuevas ciudadanías exigentes y vigilantes que requiere la construcción de la paz y el logro de la reconciliación.

También requerimos proyectar nuestra labor hacia las comunidades, apoyar sus experiencias de reconstitución de los territorios, sus esfuerzos por plantear alternativas concretas al desarrollo que se piensen en clave de respeto hacia todas las formas de vida, su clamor por la superación de la pobreza y la inequidad; su decisión de gestionar directamente sus derechos. Hay que desplegar mucha creatividad para imaginar un país distinto, sin guerra ni violencias destructivas, sin la zozobra y el miedo entremetido en nuestros cuerpos; para que se despliegue el deseo colectivo del reencuentro, de la reconstrucción de la confianza de las partes que estuvieron divididas por el odio durante tanto tiempo.

Impulsar ese vasto movimiento de transformación cultural, promover que nuestras universidades se conviertan en territorios y laboratorios de paz, en centros de convocatoria social por la convivencia basada en la noviolencia y que ayuden a la emergencia de una sociedad que destierre a la guerra de su imaginario cultural, esas son algunas de las enormes tareas que tenemos por delante los académicos de Nuestramérica. Coincidimos con el ex presidente José Mujica en que: “Lo más importante que está pasando en América Latina es el proceso de paz de Colombia” y en que “Vale la pena transformar en política lo que era una guerra”. Claro, en un nuevo sentido de la política, una política para que la vida se afiance y finalice la oscuridad del imperio de la muerte.

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¡Llegó la hora de empezar a construir la  paz!

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